miércoles, 19 de septiembre de 2007

Requiem por Malasaña






















Esta bella estampa, (que no hubiese sido posible sin el móvil moderno con cámara y blutuz de Marcos Lacio), resume de perfecta manera hasta donde coño ha llegado el consistorio para acabar con cualquier atisbo de diversión que pudiese quedar en la noche malasañeira.

Esa fila de cartones de vino precintados por la policía municipal dan fe de la mezcla de saña y estupidez con que nuestros próceres atajan el problema del botellón en particular y el de la noche en general.

No quiere La Chamarilería erigirse en defensora de costumbre tan contraria al buen beber y al buen comer. Más bien al contrario. La Chamarilería desaprueba sin ambages la juvenil costumbre de infiernizar la vida de los vecinos del centro de Madrid a base de gritos y ácido úrico.

Pero La Chamarilería recuerda tiempos lejanos pre-Matanzo en los que Malasaña era un lugar atiborrado de bares atiborrados de gente, y no se veía un solo personaje mezclando calimocho entre dos coches. La culpa de la aparición de semejantes espectros de la noche barata madrileña hay que buscarla en la inquina municipal contra nuestros locales favoritos: los bares






















Actual vista interior del histórico bar Malandro.


Lo más absurdo de la actuación municipal contra el problema de los ruidos nocturnos etílicos fue tomarla, precisamente, con los locales debidamente insonorizados en los que nos encontrábamos los borrachos pegando voces hasta las tantas sin hacer daño a nadie más que a nuestras neuronas.

Poco a poco estos lugares de esparcimiento sano y juvenil han ido cerrando sus puertas hasta llegar a la situación actual. En la que una pareja de municipales en cada esquina han impuesto la ley seca a partir de las 3:00, cosa nunca vista al sur de los Pirineos.

Supongo que en la barcelonizada zona de Chueca o en los abrevaderos para guiris de Huertas nadie vigila esos horarios. Pero Malasaña es otra cosa, es el símbolo de la movida y la marcha netamente madrileña y se han propuesto acabar con ella en aras de la normalización juerguística dentro del marco de la U.E.

Afortunadamente corren de boca en boca las cuevas de reptiles en las que es posible conseguir cobijo a altas horas, y basta que una desaparezca para que otra tome el relevo. Pero mucho nos tememos que, cuando los alegres mozos del botellón partan hacia nuevos pastos, detrás de ellos sólo quedará un barrio lleno de tiendas de ropa para ricos con tatuajes y restaurantes con sillas blancas minimalistas de plástico que ofrecen todo tipo de tofu a gafapasteros que vienen de comprar vinilos en tiendas para diyeis y biyeis.

Menos mal que nos queda Lavapies, cuyos habitantes importan tan poco que el Ayuntamiento no parece saber ni que existe.

jueves, 6 de septiembre de 2007

Por orden facultativa














Ya de vuelta de vacaciones este post va a ser inusitadamente optimista y buenrollista de mierda.

Lejos de la habitual perorata propia de un abuelo Cebolleta de vía escrecha, voy a dedicar el día de hoy a glosar cosas bonitas en esta sección de Hermosos Anacronismos en la que cabe ese arte urbano que hace la gente cuando hace lo que le da la gana con un mínimo de gracia.

La interpretación que de las leyes inmutables de marketing hacían y hacen los tenderos madrileños nos ofrece cosas como esta. La tienda de Viñas, el perfumista. Una tienda de perfumes, cuchillos y tijeras totalmente llena de chapas con unos slogans tremendos que debería tener a un joven Tony Leblanc como dependiente.

En todo lugar hay tiendas así, con dueños raros con ideas decorativas de universo paralelo que acaban conquistando nuestros corazones y conviertiéndose en lugares de simbólica resistencia al Carrefour y a las tiendas de todo a 0,60.

Desde la Chamarilería solo queda levantar nuestra copa de Chinchón seco removido no agitado y decir: "Va por usted, señor Viñas"